Si se produce un faltante de gas, este afectaría a las industrias y no a los usuarios residenciales.
Por Emilio Apud (¨)
(*) Ingeniero consultor, ex secretario de Energía y Minería de la Nación.
Desde mediados de mayo a mediados de agosto: ésa es la época del año en la que la demanda de gas natural en la Argentina se incrementa alrededor de un 35% debido a la estacionalidad del consumo residencial que se multiplica en esos meses por más de tres.
Si bien la producción de gas que alimenta los gasoductos troncales podría cubrir el pico invernal, la capacidad de esos gasoductos no acompaña.
Desde 2008 se complementó la producción local más la importación permanente desde Bolivia con gas natural licuado o LNG, que se importa en el mercado mundial con la modalidad spot o a término.
Hasta la pandemia de coronavirus los precios internacionales de esa cuasi commodity no justificaban la construcción de un gasoducto ad hoc para ser usado solo cuatro meses al año.
Sin embargo, durante el gobierno del presidente Mauricio Macri se decide avanzar con el gasoducto, pero generándole demanda en los ocho meses fuera del pico mediante la instalación de una planta de licuefacción de gas para exportar LNG y la conexión paulatina de nuevos mercados como los del NEA y los de nuestros vecinos Brasil y Uruguay.
Fue una licitación para empresas privadas que tendrían a su cargo la financiación y construcción del gasoducto a la que se presentaron tres ofertas. Pero, con el cambio de Gobierno se canceló la licitación privada y se optó luego de 18 meses licitar, con gran despliegue publicitario de tono épico, nuevamente la obra, ahora con financiación y gestión del Estado vía la estatal IEASA, ex ENARSA.
A la licitación para la provisión de caños se presentó solo una empresa. El presupuesto estimado para el proyecto ronda los US$ 3.000 millones que hoy es rentable gracias al excepcional precio del LNG, fruto de la post pandemia y la invasión rusa a Ucrania. Un invierno de importación a esos precios puede pagar el gasoducto.
Lamentablemente ese invierno será recién el de 2024 por el tiempo perdido y por las restricciones en el mercado mundial del acero. En consecuencia, en este invierno por comenzar y el de 2023 se deberá seguir importando LNG.
¿Cuánto?, eso depende de varios factores, entre los que destaco: que siga lloviendo en las altas cuenca de los ríos Paraná y Uruguay para contar con mayor generación hidroeléctrica de base con Yacyretá y Salto Grande; que aumenten las lluvias en territorio brasilero para que puedan prescindir un poco del gas que le compran a Bolivia, aumentando así la disponibilidad para la Argentina; que se pueda importar el gas oil para generación eléctrica en reemplazo del gas; que no haga mucho frío.
Si se dieran todas esas condiciones simultáneamente, el gas a importar en este invierno podría ser del orden de los 3.000 millones de metros cúbicos, que a 35 dólares el millón de BTU significaría unos US$ 4.000 millones que el Banco Central no dispone.
En función de la proyección de reservas para el próximo cuatrimestre, no se dispondría para la importación de LNG más de US$ 2.000 millones, generando un faltante de gas del orden de los 12 Mm3, o 7% de la demanda invernal.
Pero la probabilidad que se cumplan todas las condiciones antes mencionadas es muy baja. Si no se cumpliera ninguna, el faltante de gas en el invierno rondará los 19Mm3 diarios, más del 10% de la demanda.
De todos modos, a no preocuparnos los usuarios residenciales, principales “beneficiarios” de los generosos subsidios del Gobierno. No nos van a cortar el gas a nosotros, se lo cortarán a las industrias.
Entonces, aprovechemos y sigamos gozando de tarifas ficticias establecidas políticamente con independencia de sus costos económicos porque pronto vendrán las consecuencias: inflación, desabastecimiento, caída de la producción y fuentes de trabajo y mayor escasez de dólares.
Fuente: Agencia NA.